domingo, 12 de julio de 2009

El pueblito Indígena I parte

Llegar a la playa del Cabo era como vivir en una película, la versión criolla de “La playa”, excepto que en vez de Leonardo Di Carpio y una linda Francesa estábamos sólo nosotros: mi señora, unos amigos y yo. En vez de turistas Anglos había una gran diversidad de mochileros Latinos y Europeos. La verdad era raro que después de tomar una buseta por una hora, pagar entrada en un parque nacional, contratar otra buseta de acercamiento a la playa, caminar 45 minutos hasta Arrecifes y otra hora por la costa atravesando playas paradisíacas hubiese tanta gente (como una centena). Era raro pero la razón estaba clara: una de las playas más hermosas del Caribe. Todos eran jóvenes, dormían en carpa o en hamaca. La playa era verdaderamente hermosa, arenas blancas, mar tibio y transparente, palmeras de diverso tipo, de esas que se curvan hacia el mar, a continuación cerros de bosque tropical, todo digno de una escena de Lost. Menciono películas porque era como esta viviendo una. Pasamos lo que nos quedaba de día en la playa de nuestros sueños. Agarré las güaletas y el snorkel y me aventuré por los bordes rocosos. Todo un espectáculo de colores: corales cuerno de alce y fuego (cuyo nombre aprendí luego de ensartarme un par de ellos en las piernas, y sentir el dolor por media hora). Los arrecifes le daban un extraño y hermoso fondo a miles de peces de colores irreales, formas caprichosas, mantarrayas, peces globo, peces cebra, flauta, mojarras y cientos que nunca aprendería su nombre… en espectáculo sobrecogedor, los peces se paseaban confiados, preocupados sólo de alimentarse en las rocas y corales. Algunos incluso se acercaban a curiosear el extraño y torpe animal que era yo en el agua. Todo mágico. Mis vacaciones ya están pagadas… y de sobra.

En la orilla, en cambio, el paisaje era confuso. Había una especie de refugio/restaurant, que te permitía comer arroz o fideos con diversos agregados, la mayoría del mar, de las peores cocinas que he visto. Las duchas no eran más que un lugar comunitario donde corría el agua de una vertiente por un tubo de PVC. No podría decir que había baños, tres hoyos negros era el único lujo que había. Pero la configuración que tenía era de una pequeña ciudad: ruido, basura, desenfreno, música, etc. Una pequeña ciudad en medio del paraíso. Los locales (colombianos que atendían el lugar) había construido una cancha de baby futbol sobre un pastizal, daban pelotazos y patadas mientras muchos “turistas” miraban el espectáculo. Todo esto tenía un enorme contraste con la selva aledaña y su rugir de sus bichos. Raro y hermoso, como de película… nuevamente.

Estábamos tan embobados con lo que ocurría que llegó la tarde, estamos a al menos tres horas de algún vehículo que nos llevara de vuelta al hotel y cansados. Con la emoción que sentíamos decidimos quedarnos a dormir, arrendamos 4 hamacas. No habíamos llevado ropa de cambio, ni provisiones, a penas algo de dinero, nada más. Se hizo la noche en nos acomodamos en las improvisadas hamacas. Debo decir que de inmediato me sentí cómodo, mi traje de baño estaba húmedo, la polera seca, pero la noche en el caribe es tibia y húmeda de todos modos, así que no importaba demasiado. Logré rápidamente conciliar el sueño dentro de este otro sueño que estábamos viviendo. No pasaba lo mismo con mis compañeros de aventura. En algún momento de la noche uno de los mulatos que atendía el refugio/restauran sacó un guitarra y los locales armaron una fiesta…. Si algo tiene la gente del caribe es que sí sabe armar una fiesta de la nada, comenzó el ruido y el alboroto. Yo intentaba volver al sueño pero despertaba a ratos. En ese abrir y cerrar de ojos vi que mis compañeros comenzaban a desaparecer, primero una amiga, luego su marido, se levantaban murmurando garabatos y desaparecían. Mi compañera, en la hamaca del lado y yo hacíamos esfuerzo por ignorar el rumbeo del lado. Puede reconocer que al menos tenían buena voz para cantar. Ni hablar del baile, todos parecen profesionales a mis ojos. Muy tarde cuando la fiesta estaba terminando me levanté para ver si estaba todo bien. Mis amigos estaban en la playa tapados con las hamacas, parecían estar descansando (aunque esa palabra al parecer no aplicó para ellos). Mi esposa dormía profundo. Bajo ella una enorme rana Bufo marinus, se paseaba como dueña del lugar, traté de atraparla para observarla de cerca pero no me dejó. En todo caso sus glándulas parotídeas me generaban bastante respeto. Volví a la hamaca y al sueño con rapidez. En la madrugada se levantó un viento, un monzón que movía las palmeras e incluso las hamacas, me dio frío, agarré la toalla y traté de taparme. No despuntaba el sol y llegaron mis amigos, la noche en la playa no había sido una gran idea. Estaban ofuscados querían volver, mi compañera y yo nos sentíamos bien y la selva nos llamaba como un imán a un metal. Los convencimos de caminar por el bosque hasta el “pueblito”, un asentamiento indígena del cual nos habían hablado, “son las 5:30 Am, la mejor hora para ver fauna”. Con esa frase los convencimos, dejamos la mini-ciudad de mochileros y nos aventuramos por el sendero. A los poco minutos comenzamos a ver nuestro premio: aparecieron las mariposas, aves, monos tití, capuchinos, aulladores, tucanes, agutíes, pecaries, a cada rato parábamos a observar la hermosa fauna del bosque tropical. En el suelo se cruzaban siempre ocupadas las hormigas cortadoras de hojas, las trabajólicas del bosque, siempre apuradas llevando hojas de un tamaño hasta 10 veces el de su cuerpo, termiteros y ranas flechas le ponía color al suelo, de las más hermosas y venenosas del mundo, estábamos extasiados con la belleza del bosque y sus habitantes, habían quedado muy lejos los seres humanos y su ruido, habían sido reemplazados por el trinar de lo pájaros, el concierto de las chicharras, el movimiento de los animales en la hojarasca y el viento en los árboles. ¿Dónde se ubicará este pueblito indígena?, acá hay de todo para vivir, mucho frutos, animales, agua, mar…. Este era el mejor lugar para la vida… para qué tienen que ir más lejos? Eso pensaba cuando el camino comienza a hacerse cuesta arriba, se puso más difícil y cansador, igualmente interesante, era muy temprano teníamos mucho tiempo. En los primeros 500 metros de subida, una amiga se votó a huelga, no quería subir más, ya tenía demasiado y prefería disfrutar de la playa. Su marido la acompañó…. en realidad no le quedó alternativa. Quedamos sólo los dos: mi compañera y yo. Toda la selva y un objetivo por delante.

Teníamos miedo de desilusionarnos del lugar pero el recorrido valía mucho la pena, queríamos ver más de la abundancia de esa parte de la madre tierra, en especial sus carismáticos animales.