domingo, 30 de agosto de 2009

Un día de Juanito

Juanito se despierta, obviamente con el despertador digital, ya ha sonado tres veces, ésta es la vencida, se acabó la noche…. otra noche sin sueños. Avanza cincos pasos y da el agua de la ducha, sus pies tocan las baldosas frías del baño, mientras lentamente el agua comienza a llamar al vapor… Juanito sigue como dormido mientras decenas de personas comienzan de forma similar el día en el edificio. La ducha es breve. Se afeita como siempre. Se peina como siempre. Coloca desodorante en sus axilas (una mezcla extraña de media docena de químicos). Se aplica perfume francés en el pecho… el no lo sabe pero ningún componente del perfume conoció Francia. La vestimenta de hoy no difiere mucho del día anterior: zapatos negros, un terno de acrílico, camisa blanca y corbata roja, único cambio del día. Llega a la cocina, su pareja lo espera con lo que será su primera comida del día. También es rápido, toma un café sin cafeína y unas tostadas con lo que quedaba en el refri… da lo mismo lo que sea. Un beso y a afuera, pone los pies en la tierra, excepto que no es la tierra, sino una carpeta artificial que llamamos concreto. Camina dos cuadras y se mete bajo la tierra, pero no se ve la tierra, sino un compartimento de azulejos y más concreto en donde espera al tren de plástico y acero. Emerge nuevamente de la tierra para caminar en otra calle, ésta vez inundada de gente que se mueve como si fuera un fluido, todos a paso rápido, mirando el piso, algunos conversando, otros voceando algo que venden. Para llegar a su lugar de trabajo cruza un portal en otro edificio y se sube a un cubículo de metal con botones de plástico, sube 20 pisos pero no ve el cielo y llega a su puesto de trabajo. Las siguientes 9 horas son gastadas en frente de una pantalla plana y un procesador. Toma contacto con otros congéneres vía email y chat, aunque ésto último está prohibido en la empresa. Come algunos alimentos y otros que no lo son. Toma una bebida negra que está gasificada, ya que sin gas es intomable. El regreso es el mismo camino que el de ida. Llega a casa, se saca los zapatos, se acuesta en la cama y enciende un aparato que le entrega emociones de mentira y que le dice lo que debe desear. Su pareja llega a la cama con más alimentos y otros que no lo son, y más bebida negra. Así se la pasa mirando la caja de emociones hasta que el cansancio vence a su mente que ha estado divagando por varias cosas que aún no tiene. Se queda dormido, aunque el aparato sigue transmitiendo por un rato, ya que el aparato es el último en dormirse en el hogar.

domingo, 2 de agosto de 2009

El pueblito Indígena II parte


No sé por qué una hora para los locales siempre es más de una hora de reloj, en especial cuando estás subiendo un cerro, en este caso se suponía que eran tres horas para llegar a Pueblito, pero ya empezaba a dudarlo. Comenzamos a ganar altura y a veces la selva se abría para permitir contemplar la costa, un cuadro sobrecogedor. Tenía la impresión de que miles de ojos nos estaban viendo, cientos de animales, que muchas veces alcanzaba a escuchar pero no a observar. Ya era media mañana y al concierto de la yunga se sumaron las chicharras, nunca he podido dimensionar como un insecto tan pequeño es capaz de hacer un ruido tan fuerte… será que guarda todo su energía mientras duerme bajo la tierra (hasta un año). No había nadie, era lo mejor. A veces bajábamos quebradas, se hacía más húmedo, aparecían las ranitas y arañas gigantes a los pies de los abuelos árboles. Presentí que estábamos llegando al objetivo, era como una meseta en el bosque, la vegetación se abría. De pronto se apareció un camino lateral de piedras que conducía a unas cuevas, más adelante hicieron su entrada unas grandes rocas y luego como un portal. Al atravesarlo cambió la energía, el sol entraba suave y tranquilo al Pueblito Indígena, se sentía el olor a semillas tostadas, apareció un humo en medio de los árboles…. Habíamos llegado!!!. Los Koguis habían construido este lugar hace miles de años, eran terrazas circulares hechas de piedra, muy simétricas, quedaban, orgullosas, dos chozas indígenas habitadas. Un río de aguas cristalinas, muy calmo, cerraba las espaldas de la aldea, caminos de piedra y pequeñas terrazas como altares se distribuían en forma muy estética en la aldea… aquel lugar sólo podría definirlo con esta palabra: Sagrado. En una de las chozas había una niña Kogui ofreciendo artesanías, traté de establecer contacto con ella, de conversar, pero no había caso, no querían…. ¿Por qué no quieren? Pensaba… en ese momento aparecieron unos gritos: tres adolescentes que venía tras nosotros por el sendero hacían su llegada a Pueblito: eran ruidosos, estaban vestidos como para fiesta reggetonera, a cada rato soltaban carcajadas y gritaban al estilo Tarzán. Esa visión me permitió verme como los nativos probablemente ven al hombre blanco, al hombre moderno: ruidoso, irrespetuoso, engreído. Muchos, muchos, muchos hombres blancos pasaron antes de nosotros, sin pedir permiso cometimos sacrilegio en sus lugares sagrados, los matamos, los usamos como esclavos, les sacamos sus costumbres para imponerle otras, los despojamos de sus creencias y de su tierra…. Y ahora yo quería “hablar”, “establecer contacto” con ellos, ésta historia ya se la saben de memoria… por eso ya no hay más chozas en Pueblito, por eso dejó de ser un pueblito, más que dos familias para cuidar ese lugar sagrado. Pensaba esto mientras contemplaba con desprecio los adolescentes en este panorama…. Por suerte no duraron mucho y se fueron. La energía volvió a tomar su lugar, el sol abrazaba generosamente a Pueblito, los olores eran deliciosos, las mariposas volaban confiadas, era muy agradable estar en ese lugar.

Averigüé varias cosas muy interesantes de la cultura Kogui, en especial de su relación con la Tierra, de la Madre Naturaleza como ellos dicen. Viven preocupados del equilibrio y armonía con ella. Afirman que la mayoría de los seres humanos no hemos considerado el respeto que debemos tenerle y ello le ocasiona desequilibrios y enfermedades. Una de las cosas que más me sorprendió, y a la vez me gustó, es que ellos nos llaman los “hermanitos menores”, ya que ignoramos la grandiosidad de la Madre, y nos comportamos como niños sin conciencia, violentando a la Madre sin saberlo.

Tuvimos que subir la montaña para llegar a Pueblito, igual como se sube la montaña para llegar a Ciudad Escondida o Machu Pichu… claro, las ciudades sagradas tienen que estar siempre más cerca de cielo… que Dios te bendiga y te proteja pueblito Kogui.