miércoles, 21 de abril de 2010

Incas, Quechuas, Españoles y Mestizo


Acabo de llegar de la capital Inca: El Cuzco. Tuve la posibilidad de conocer ruinas, andenes, fortalezas y centros ceremoniales de aquella cultura ancestral. Estoy conmovido y al mismo tiempo inquieto por lo que pude observar: una civilización con gran desarrollo y abundancia, con amplios conocimientos de la física y la biología: grandes astrónomos, arquitectos y constructores. Aún no hay explicación para los grandes muros que parecen eternos, aún no se sabe como movían piedras de más de 15 toneladas ni como las encajaban a la perfección. Aún no se sabe cómo fue que diseñaron complejos sistemas hidráulicos. Además fueron agricultores eximios desarrollando el cultivo en terrazas o andenes (lo que le dio el nombre a nuestra cordillera). No sólo fueron excelentes en el ámbito de la ciencia y el desarrollo, no sólo tuvieron abundancia y prosperidad sino también alcanzaron enorme desarrollo espiritual. No digo que hayan sido todos buenos, ni siquiera que hayan sido mejores, la bondad y la maldad está en nuestra especie desde el génesis, sino que me sorprende el tremendo equilibrio que lograron: simple y a la vez complejo, en estrecho contacto con la tierra, respetándola y venerándola, considerándola como su propia madre, al mismo tiempo que estudiaron los astros y veneraron al gran su padre: el Sol. En realidad los Incas no eran politeístas, sino que creían en un solo Dios: el creador, que se expresaba de distintas formas, todas sagradas. Sagrado el Sol, sagrada la luna, sagrado el río, sagradas las piedras. De esa creencia nace el enorme respeto por la naturaleza.

Es una cultura admirable pero que sin embargo sucumbió con la llegada del hombre blanco a América, sucumbió al choque de los mundos. La raza fue extinta por matanza, destrucción sistemática de la cultura y absorción hacia una tecnología mayor. Han pasado 5 siglos desde que el imperio Inca fue borrado por la espada, la Cruz y la cultura del español (básicamente la que mantenemos en el mundo hasta hoy: el hombre moderno). En cada espacio sagrado el español puso una iglesia, y en aquellos lugares donde no pudo, trató de borrarla a punta del látigo, los cañones y la tecnología. Es impresionante ver que en el templo del sol, Coricancha, el epicentro del imperio Inca, se construyó la Iglesia y convento de Santo Domingo, usaron los impresionantes muros de roca lisa hechos por los Incas para venerar el Sol para taparlos de yeso y hacer habitaciones de legionarios católicos. Fundieron en oro con que el Inca veneraba al sol, la tierra, el cóndor, puma y la serpiente y lo enviaron a Europa, o enchaparon iglesias para diseminar la religión entre los nativos. Destrozaron los ídolos, los templos y las costumbres originarias para dar paso a nuevas vestimentas, nuevas costumbres, al dinero (que no existía para los Incas), una nueva lengua y una nueva religión.

El último de los emperadores Incas, Atahualpa Yupanqui, murió por orden de Francisco Pizarro, luego de varias décadas de intento español por oprimir y absorber la cultura andina. A Atahualpa lo encarcelaron y en cautividad Atahualpa aprendió a leer y escribir, aprendió de la cultura europea, generó una suerte de amistad con su carcelero, pero se negó a ser absorbido y quiso seguir con las tradiciones de su pueblo. Pizarro pidió por su liberación dos habitaciones de oro y plata, más mujeres, incluyendo a la esposa de Atahualpa: Cuxirimay Ocllo. Los Incas entregaron los tesoros y su propia raza para traer de vuelta a su emperador, pero éste fue igualmente ejecutado, no sin antes obligarlo a bautizarse, ya que de otro modo no sería enterrado en la tierra (sino quemado vivo) como era la costumbre de los Incas (eran enterrados en los cerros o Apus, sitios que obviamente también eran sagrados). Los atropellos fueron horrorosos, al menos desde la perspectiva de hoy, a vista y paciencia de la santa iglesia católica.

Sin embargo, la cultura Inca fue tan grande, tan poderosa, que sus muros reflotaron bajo el escombro y el yeso, no quedó oro pero quedaron centros ceremoniales grandiosos, los Incas lograron esconder parte de su riqueza en los andenes de cultivo, en los muros zigzageantes de Saqsaywaman, bajo la iglesia en el templo de Sol, en las cuevas del templo de la luna, en el santuario de Machu Picchu…. Pero no sólo en los edificios se arraigó el conocimiento sino también en la gente: el pueblo Quechua. El 100% de los Cuzqueños habla quechua, conoce su cultura y se sienten orgullosos de ella, al menos así me tocó vivirlo a mí. La gente fuera de la ciudad sigue con sus ritos, hilando la fibra de la alpaca, cultivando al papa y el maíz, que dicho sea de paso son los mejores del mundo, sin la necesidad de fertilizantes ni plantas transgénicas, sólo el legado de una cultura extinta pero rica en conocimientos, en trabajo, en conexión con la tierra, en espíritu.

Después de este viaje en vez de respuestas tengo más preguntas ante una civilización tan desarrollada, ¿Cómo lo hicieron?, ¿Cómo es que pudieron hacer esas construcciones?, ¿Cómo pudieron tener redes hidráulicas de esa envergadura?, ¿Cómo es que pudieron construir ciudades en acantilados?, ¿Cultivar en la cordillera?, ¿Cómo es que pudieron hacer cerámicas y figuras enormes en sus ciudades que sólo se ven desde el cielo?, ¿Cómo es que su cultura pudo perdurar a pesar del daño sistemático que sufrió? No me cabe duda de que los Incas fueron una de las culturas más civilizadas que ha pasado por la tierra, y que al mismo tiempo es una de las más misteriosas y enigmáticas.