Arrodillada al pie de la cama, sobre una colchoneta, una matrona con delantal blanco y guantes quirúrgicos recibe en sus manos al recién nacido y observa su respiración y pulso. “Es una niñita y está sana”, dice mientras la acuesta sobre el pecho de Joanna. Sonrientes y emocionados, los nuevos padres regalonean a su hija. Después de media hora, la matrona sale de la sala de parto intercultural aimara del hospital de Iquique con la niña envuelta en sábanas, para limpiarla y vestirla.
Este año se reactivó un proyecto pionero de parto intercultural para la población aimara, que nació en 2004 en la maternidad del hospital de Iquique. Es un modelo de atención de parto indígena único en Chile y se diseñó especialmente para atraer a las mujeres aimaras de comunas rurales que se resistían a tener guagua en el hospital. En Chile, 99,7% de los partos es atendido en un recinto hospitalario. El 0,3% restante corresponde a mujeres indígenas que tienen a sus hijos en su casa y la gran mayoría de ellas pertenece a comunidades aimaras del altiplano.
Colchane, donde creció Joanna –un poblado a 4.500 metros sobre el nivel del mar, casi en la frontera con Bolivia– es la comuna que tiene el porcentaje más alto de parto domiciliario, a pesar de que cuenta con una posta rural donde hay una matrona. De un total de 37 embarazadas que hubo en 2003, 15 se negaron a tener su guagua en el hospital. Estas cifras se asocian a la alta tasa de mortalidad infantil entre la población aimara rural. Si en Chile mueren 8 de cada 1.000 nacidos vivos (la tasa más baja enLatinoamérica después de Cuba), en comunas como Colchane la mortalidad infantil es cinco veces más alta: 40 de cada 1.000 niños mueren.Patricio Miranda, médico obstetra del hospital regional de Iquique, lideró el proyecto de parto intercultural aimara. Junto a cinco matronas echó a andar el programa con un presupuesto de $ 7.500.000 provenientes del Programa de Salud y Pueblos Indígenas del Ministerio de Salud. Lo primero que hizo el equipo fue recorrer las comunidades aimaras del interior para preguntarles a las mujeres por qué no querían tener sus guaguas en el hospital. Respondieron que las trataban mal; no les permitían parir en la posición que ellas conocían (arrodilladas, en cuclillas o sentadas); no las dejaban caminar, tomar yerbas o sopas, ni dar a luz acompañadas de sus familiares, como han hecho las aimaras por generaciones. También tenían mucho miedo de que les hicieran una cesárea, que consideran un daño.En las comunidades aimaras se conoce a las madres que han tenido cesáreas como “mujeres cortadas”.“Lo asombroso es que todas las peticiones que nos hacían son exactamente las mismas recomendaciones que hace la Organización Mundial de Salud”, dice el doctor Miranda, y enumera: “Pedían que las dejaran caminar, algo que se promueve ahora porque favorece el trabajo de parto; pedían que no les hicieran episiotomía (un corte que previene desgarros en la vagina) y hoy está demostrado que es innecesaria y no debería realizarse en más del 20% de las mujeres, pero en Chile se hace en más del 70% de los partos; pedían que no las obligaran a acostarse para parir y hoy se sabe que la posición vertical, que ellas usan tradicionalmente, es más cómoda y favorece el parto natural por factores anatómicos y de gravedad; pedían estar con su familia en el parto y hoy se sabe que el apoyo emocional disminuye las complicaciones. Lo que ellas querían es en realidad lo que se debería hacer siempre”, concluye el doctor Miranda."
No sólo el contexo cultural y emocional es mejor sino que el promedio de cesáreas de 29% (a nivel nacional) bajó a un 3,9% en este programa.
Será el parto programado, estéril, controlado que tenemos en nuestra vida moderna la mejor opción?

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